domingo, 19 de diciembre de 2010

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CRONICA DE LO ACONTECIDO EL SÁBADO 18 DE DICIEMBRE DE NUESTRO SEÑOR


“A un panal de rica miel cien mil moscas acudieron, que por golosas murieron, presas de patas en él”.

Eso fue lo que nos pasó ayer sábado en la Palenciana haciendo el fallido ensayo de la ciclo. Cuanto más avanzábamos, más se nos pegaba aquel pringue arcilloso y ponzoñoso en la bike, hasta que llegó un momento que, no sólo las ruedas, sino toda la transmisión estaba cubierta de aquella ingente masa pegajosa. La mayor parte de ese trayecto hasta llegar a la carretera de Villarta lo tuvimos que hacer a pie, y varios cientos de metros supusieron llevar la bike en vilo para no empeorar aún más las cosas. Si no fue esta zona la que eligió Dios para moldear con barro la figura de Adán, le faltó poco.

Todo empezó en una mañana fresca y clara, bajo unos auspicios demasiado benignos en cuanto a la climatología de la jornada (no se esperaban precipitaciones hasta las 14:00h). Éramos cinco los elegidos para tal gesta: El Químico, Cikitraka, el Esparraguero, Magnocola (primo Lary) y el que suscribe estas líneas. Las primeras sensaciones eran tan alagüeñas como: “Fíjate, llevamos 18 km y ni siquiera están manchadas las bicis…” o, “No me va a hacer falta lavar la bici para la próxima salida…”, pero la divina providencia iba a hacer que todo eso cambiase.

Esta vez el macho alfa era Magnocola, por lo tanto, el que nos marcaba la pauta a ritmo de biela. Ninguno éramos capaces ni siquiera, de echarle el aliento a su espalda. Un tipo duro, sin duda.

Una vez completados más de los dos tercios del tramo controlado empezó a caernos una lluvia fina que más que mojarnos nos acariciaba; parecía que no iba a ir a mayores porque el cielo no tenía mala pinta, pero cuando nos quisimos dar cuenta y sin saber de qué nube caía, empezó a azotarnos una cortina de agua que hizo que aceleráramos el ritmo hasta Puerto Lápice. Una vez aquí, hicimos un balance de situación y decidimos continuar, a excepción del Químico que, como si de un arúspice se tratara, parecía haber presagiado lo que nos iba a acontecer al resto y decidió tomar otro camino.

Prácticamente llovía sobre mojado por lo que, en cuestión de minutos no tardaron mucho en formarse charcos. El terreno rápidamente se iba ablandando, y ya en el Frontón el barro nos empezó a causar ciertos problemas de tracción, aunque al menos, la transmisión estaba intacta. Mientras se pudiera rodar, pese a la lluvia y al barro, nuestra intención era la la de terminar el recorrido previsto, no nos importaba mojarnos ni ponernos rebozados de barro hasta las cejas mientras pudiéramos continuar. Qué duda cabe que no nos dábamos por vencidos, que “a mal tiempo, buena cara” y que había ganas de lidiar batalla contra los elementos.

Por entonces nos encontrábamos justo a los pies de la Palenciana, mirando de frente y, no a nuestra izquierda, que era donde estaba Herencia. Fui yo el primero que se lanzó en carrerilla para traspasar la primera y empinada rampa que abre el camino. Había llegado casi al final de la misma cuando me empezó a patinar la rueda trasera y caí al suelo, pero no de cualquier forma, no , sino resbalando hasta abajo. Me levanté y con mucho ánimo, casi a cuatro patas, subí la dichosa rampa. El resto, una vez visto lo ocurrido y al mismo tiempo tan obstinados como yo, hicieron lo propio y subieron de la misma guisa. La cosa para llegar a la cumbre de la Palenciana no pintaba demasiado bien, pero había que intentarlo.

Al final fue toda una odisea llegar allí arriba, lo demás lo he narrado al principio de la crónica. “Por golosos fuimos presas de patas en el barro”.

Lo bueno es que, es una de esas rutas que siempre va estar aparcada ahí en los anales de nuestra memoria. Los que estuvieron la sintieron en sus propias carnes y los que no, que les valga esta crónica como guía para ser partícipes indirectos de lo que aconteció un día a unos pocos locos que plantaron cara a las fuerzas de la naturaleza.










2 comentarios:

magnocola dijo...

Que bien escribes primo,se me pone la gallina de piel.

Miguel Ángel dijo...

Es que tú lo sentiste en tus propias carnes.