Como ya comentamos antes, el aluminio tiene una excelente resistencia a la corrosión. Es decir, aunque esté desnudo, sin ningún barniz ni pintura, aguanta perfectamente la exposición al aire y al agua, lo que no ocurre por ejemplo con el hierro. De hecho, en muchos componentes se utiliza aluminio sin ninguna protección especial. Hubo un tiempo, en que el aluminio era más exótico, en que estuvieron de moda los cuadros de aluminio pulido. Pero hoy por hoy, el material ya no es nada que llame la atención, así que prácticamente todos los cuadros de aluminio van pintados. O anodizados. El anodizado no es nuevo, aunque se haya puesto muy de moda últimamente. Seguramente muchos recordareis esas potencias y esas tijas en azul o rosa que estuvieron de moda en la segunda mitad de los '90. Los anodizados que se hacen hoy son, digamos... más discretos. Pero el proceso es el mismo. Lo que diferencia un anodizado de un pintado es que en el anodizado la capa de acabado no se aplica sobre el metal, sino que se genera a partir de él por medio de distintos baños y aplicación de electricidad. Así se crea sobre la superficie una capa de óxidos de aluminio, perfectamente adheridos, que lo protegen. Esta capa es originalmente incolora, aunque se puede colorear posteriormente, obteniendo así los acabados que conocemos. Es decir, que al final lo que tenemos, aparte de una estética que no se puede lograr de otro modo, es una capa muy resistente y protectora. ¿Desventajas? Pues dos, fundamentalmente. En primer lugar, el precio, puesto que es un proceso más laborioso y caro que aplicar una pintura. Y en segundo lugar, para aquellos que quieran mantener su cuadro inmaculado, que un arañazo no se puede retocar como se haría con una pintura. El llamado “anodizado duro” que se hace, por ejemplo, en las barras de las horquillas, es el mismo proceso. La diferencia es que la capa que se crea es muchísimo más gruesa, y su función no es estética sino de aumentar la dureza superficial para evitar rayaduras.
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